Karely:
Mi corazón no para, se ha revelado en contra mía, intenta abolir mi calma, mi razón, mi armonía. Parece que ostentara a matarme. Casi puedo sentirlo salirse de mi pecho, y, al descubrir este, veo mi piel, víctima de un ritmo silencioso e imponente. Me admiro al ver la frágil protección de mi cuerpo siendo agitada por el constante latir de mi corazón. Con tanta excitación creo que me hubiera sido posible observar mi sangre sorprendida de verse libre, desatada al fin del régimen de este susceptible músculo rojo.
Es tu culpa, has de estar consciente de ello. ¿Por qué? No eres más que una frágil niña. Una niña que juega con mi sentir, una niña que de algún modo, ha conseguido tenerme preso dentro de su diminuta jaula. Acaricias mi corazón como si en tu poder tuvieras tan delgado pétalo de rosa, que, hallándose afilado en la punta, desgarraras con éste sutilmente la membrana de mi alma.
Anoche he soñado contigo, te hallabas feliz y tranquila, enredada en un manto de luz tenue, como dueña única de la luminosidad, como ama del sol del amanecer. Tu cobija traslúcida era mi cómplice solo porque tú así lo deseabas. Incitabas a que yo bajara la mirada y observara tu cuerpo desnudo bajo aquél manto luminoso. Sonreías mientras me sabías tu esclavo, hipnotizándome con la sutil forma de tus senos, con el lívido relieve de tu piel. Te divertías al verme sometido una vez más y con la mirada me decías que de nuevo, me privarías del placer de tu ser y me dejarías ahogándome en el mar de mi deseo.
Hoy, mientras te escribía y preparaba mi cuerpo para el impacto que sentiría al momento de darte esta carta, pronunciaba tu nombre, cada una de las letras eran las notas de una majestuosa sinfonía, cada vocal representaba una degustación total de todos mis sentidos en el momento exacto de acariciar mis labios. “Karely, Karely” no es solo hermoso, es imponente, vigorizante, seductor, es mágico, como si pronunciara un antiguo conjuro que me hiciera presa de la voraz hambre de mi amor por ti.
También ahora, centrado nuevamente en la imagen no solo visual de tu ser, me he acordado de tu aroma, sin poder realmente recordar la fragancia de éste. ¿Cómo podría ser capaz de resistirme a ti cuando emanas tan dulce halo de olor? ¿Cómo es que tu cuerpo es creador de tan excitante perfume? Me vuelvo, cautivo de tu esencia, prisionero de mis deseos, entonces se sobreviene la necesidad de poseerte una, dos, tres, mil veces hasta saciar mi encarnecida hambre de ti.
Cada día se hace más punzante mi amor, y apenas te abandono siento ya el deseo de que llegue el siguiente día para estar contigo, cada día enloquezco más, tanto que en ocasiones me imagino a mi amor por ti como un monstruo, que, aunque hermoso es capaz de aniquilarme si no lo complazco y cuando estoy solo debo alimentarlo con poesía y música de piano, que incansable, creo para ti. Entonces arrullo mis propias emociones escribiéndote versos, que te he regalado en tantas ocasiones, ignorando tu sentir al leerlos.
Y cada vez que me dices te amo, cada vez que me besas tan sutilmente como es tu estilo y costumbre, cada ocasión que me cuentas tu sueños en los que aparezco, me convenzo de tu amor, me convenzo de nuestra felicidad, e incluso al encontrarme sin ti, me invade la dicha de saberme amado por ti, así pues, mi corazón, alborotado de felicidad, crea un sin fin de sentimientos y emociones que inmediatamente te regalo, pues de lo contrario se quedarían en mi interior y comerían mis entrañas hasta acabar conmigo. Mas sin en cambio, al obsequiártelos, tu sabes bien como alimentarlos, cuidarlos, entretenerlos, calmarlos e incluso puedes adormecerlos para evitar que devoren demasiado de nuestro amor que día con día agigantamos.
Te siento como partícipe de la vida que se genera en mi interior, como motor de mis sueños. Suelo tocar el piano en la noche, pensando en ti, mientras las notas de éste, arrullan mis sentidos, te imagino a mi lado viéndome tocar para ti, observando las palabras que de mis labios brotan, evocadas hacia el amor que me penetra día con día. Es entonces todo tan distinto, cuando mis dedos sienten las viriles teclas de mi piano, pienso en tu ser, mas no con las ansias que generalmente me sofocan, sino que me domina la paz, me envuelve un velo de placer etéreo. Es como si no perteneciéramos a esta realidad, como si el tiempo, en su infinita magnificencia, nos hubiera brindado siglos para pasarlos juntos, como si hubiéramos muerto en el pasado y ahora, siendo intrusos de otro flujo temporal, tan solo tú y yo existiendo en la realidad, volamos juntos, habiéndome brotado alas y sujetándote a mi pecho, te llevo a lo más alto del cielo, las estrellas llueven y son diminutas en verdad, podemos beberlas, puedo sentirlas escurriendo por mi lengua, bajando por mi cuerpo. Al descender, nos quedamos dormidos eternamente, somos víctimas de un infinito resplandor, comienza la fusión de nuestras almas, mientras que nuestra razón nos dice que mañana despertaremos.
Así pues, denotando en esta carta la susceptibilidad de mi alma y mis sentimientos hacia tus acciones, me declaro completamente tuyo, ya que ahora, al haberte escrito me he convencido totalmente de tu imponente y grata presencia en mi vida, en mis acciones, en mis palabras, en mis días. Acepto entonces, el hecho de que seas el sol en mi sistema y que ahora todo lo que me representa, define, lo que me hace ser, todo mi yo, gira en torno a ti. Esta carta es mi respuesta, mi rotundo sí a tu cuestionamiento surgido del mío de si estaré contigo, si te llevaré conmigo, si haré lo que sea por ti, que más que hacer por ti, hacer contigo. Y te amo Karely, mi Karely.