Talca, algún día de ese año.
Claudio:
Tus labios se detuvieron en mi boca sólo por un par de milésimas de segundo. Sobró tiempo para atrapar desde el alma lo que siempre ha sido tuyo. No pude seguir hablando, mi punto de equilibrio se destruyó, sólo los ojos reaccionaron perdiendo el control y dos lágrimas resbalaron por mis mejillas. Permanecí inmóvil disfrutando lo que sentía -tengo muchos más, toma los que quieras- dijiste. Mis manos temblaban, el corazón latía rápidamente, mientras trataba de capturar tu mirada de atrás de tus gafas oscuras.
Me envolvió la fragancia de tu perfume. Te confesé que en los caminos que he recorrido no he dejado de amarte. Entre tus manos pusiste la mía y permaneciste un rato en silencio, luego con ellas rodeaste mi cabeza y me regalaste un delicado ramillete de tres pequeños besos.
Ese día sacaste tu billetera y mirando el calendario subrayaste la fecha. El veinte, sí, esa es la fecha indicada –dijiste.
Quisiste saber si ese día estaría en buenas condiciones y qué método usaba para prevenir un embarazo. Luego con temor a lo que pudieras pensar al proponerlo, en voz baja dije: sería bueno que usaras preservativo. Más temerosa que antes continué: cómo te aseguras que no tengo SIDA ... y cómo sé que tú no lo tienes.
El día acordado no llegaste, ni siquiera llamaste, nunca llegaste.
Hoy acompañé el cortejo que te llevó a tu última morada.
Te amaré por siempre.
Ximena