Identificarse | Registrarse


Todos los horarios son UTC + 1 hora [ DST ]


Fecha actual 03 May 2024, 16:55




Nuevo tema Responder al tema  [ 1 mensaje ] 
Autor Mensaje
 Asunto: Carta nº 499
NotaPublicado: 03 Feb 2012, 22:34 

Registrado: 04 Nov 2011, 21:27
Mensajes: 7
Señorita, yo le escribo esta carta porque no tengo otra opción, ya que esto es una confesión de amor y no sé muy bien cuál será su reacción. Yo, siento decirle, no tengo ninguna experiencia en el amor, y tras leer el libro que usted nos mandó leer el primer día de clase, a saber, Rayuela, me enamoré por completo de usted aunque puede que esto le resulte ridículo. No obstante, yo creo que nuestros gustos —y sobre todo en la literatura— son una extensión de nuestra personalidad, de nuestros anhelos, de nuestros sentimientos. Cuando acabé de leer el libro —sólo llevábamos dos semanas de clase y en un principio no me había fijado en usted— entendí que a través de sus apuntes sobre la obra me había enamorado. Yo también quise, como Horacio, tener una Maga a la que buscar, y esa Maga debía ser usted.
Entonces comencé a investigarla. Asistí a sus tutorías, pero sentado en la última fila, medio escondido, para que usted no me viese. Esto no me gustó mucho ya que no podía apreciar su belleza desde el fondo, así que en las clases comencé a sentarme en las primeras filas para observarla, contemplar cada uno de sus gestos, entender por qué brillaban sus ojos cada vez que nos hablaba de Cortázar, Borges o Silvina Ocampo. Un día me mandó leer un fragmento de los textos y me puse tan nervioso que no atiné más que a tartamudear. Usted me miró fijamente, con el ceño fruncido, y ni siquiera pude disculparme. Esa noche apenas pude pegar ojo, pensando en que tal vez usted habría pensado que me aburrían sus clases.
Y entonces decidí convertirme en su mejor alumno, demostrarle que todo lo que usted decía me interesaba. Y no crea que fue así por el simple hecho del enamoramiento. No: también fue porque con usted comencé a apreciar una literatura diferente, unas lecturas que hasta entonces habían sido desconocidas por mí, unos autores que conseguían que llenase hojas y hojas en blanco reflexionando sobre ellos. Yo me metí en esta carrera porque no me llegaba la nota para otra pero le aseguro que entonces ya no me quise cambiar y que lo que deseaba era ser uno de los mejores investigadores. Y sí, yo conseguí ser su mejor alumno: de los cincos pasé a los ochos, y de los ochos a los dieces. Usted comenzó a admirarme y a compartir ratos de charla conmigo después de las clases.
Seguramente ningún alumno disfrutaba como yo en sus clases, nadie podía ser tan feliz escuchando sus charlas, contestando sus preguntas, escribiendo en sus exámenes. Y entonces usted me confesó que escribía y que llevaba mucho tiempo intentando publicar, no sólo artículos y ensayos en revistas de investigación, sino una novela, una novela de verdad que llegase a todo el mundo. Me confesó a mí, a un simple alumno, que su sueño había sido ése desde pequeña. No ansiaba fama ni dinero, tan solo saber que la gente aprendía con lo que usted había escrito, que reían, que lloraban, que odiaban o amaban a los personajes. Usted me confesó que jamás lo conseguiría y yo me entristecí muchísimo porque deseaba que fuese feliz, que sus metas se cumplieran.
Usted era la profesora más joven de la facultad pero la más sabia, la que más ayudaba a sus alumnos, la que mejor sabía lo que necesitábamos. O puede que esto sea muy subjetivo y que mis ojos de enamorado me hagan ver lo que no es, pero no lo creo, señorita, no existe en el mundo nadie tan especial como usted. Y tras acabar el primer curso me cogí otra asignatura suya, una optativa, y continuamos compartiendo aficiones, seguí rozando sus pensamientos con los estudios, con ensayos y trabajos, con exámenes emborronados de tinta. Y más de una vez dudé si debía confesarle al final de uno de los exámenes que yo la amaba, que soñaba con usted desde el momento en que la oí recitar: “¿Encontraría a la Maga?”, pero jamás lo hice porque de su vida privada nada más sabía y lo más probable era que estuviese casada, tal vez con ese hombre un poco más mayor que había venido a buscarla aquel día de lluvia o tal vez con alguno de los catedráticos sabihondos.
En tercero y en cuarto no conseguí tenerla como profesora y eso me puso muy triste. De todos modos, iba a visitarla al despacho y todavía recuerdo la mañana (un catorce de febrero, qué casualidad y que ironía) en la que me propuso trabajar con usted, ser su becario. Me sentí el tío más dichoso de la tierra. Nuestra relación iba a ir más allá que simple alumno y profesora, pues alumnos usted tenía muchos. Ahora yo sería su verdadero pupilo. Cortázar y Rayuela llenaban nuestros días. Recitábamos juntos pasajes enteros. Nos reíamos con Horacio y con la Maga. Bebíamos café mientras hablábamos del gíglico. No quería acabar la carrera, me moría al pensar que cuando finalizase mi tesis usted y yo ya no tendríamos el vínculo que nos unía. Aun así recuerde que yo me había jurado algo a mí mismo. Y sí. Mi carrera acabó. También lo hizo mi tesis. Usted me aplaudió el día en el que todos también lo hicieron. Me felicitó junto a los demás. Y como me trasladaron lejos, muy lejos, decidimos cartearnos. Mes tras mes, año tras año.
Hace unos meses usted me confesó que una editorial se había interesado por una de sus novelas. Una editorial que al principio no la conocía nadie y que poco a poco se había ganado la fama y la confianza de los lectores. No conocía al director y éste no le había querido decir su nombre, tan sólo se había puesto en contacto con usted el editor. Su carta rebosaba felicidad y yo también fui el más feliz del mundo. Me dijo que su marido no la había apoyado nunca y que ahora se deshacía en halagos, al igual que muchos otros que jamás confiaron en usted.
Señorita, sólo quería decirle que yo siempre confié en usted y que fui el primero en saber que lo lograría, que sus escritos eran increíbles, que revolucionaría la prosa del momento. Le envío esta carta para felicitarla y para comunicarle que aun sin haber salido a la venta ya hay cientos de personas que ansían comprarla. A su vez, le envío el primer ejemplar de su novela. Acaba de salir de la imprenta. Ha quedado preciosa. Y no me equivoqué al crear esta editorial y publicar su novela. Tras haberla leído, sé que debería haberme confesado antes, y que ahora tal vez sea demasiado tarde pues usted tiene un marido e hijos. Mientras leíamos Rayuela va a ser todo un éxito y será famosa. Sé que no quiere eso, pero también es algo bueno, ¿no?
Sin más, disfrute de la vida, continúe escribiendo. Y recuerde que aunque usted sea la persona que más amo no por eso le publicaré todo lo que escriba, ante todo, profesionalidad.
Cordialmente suyo,
Fernando.
Director Editorial.


Compartir en FacebookCompartir en TwitterCompartir en TuentiCompartir en MySpaceCompartir en Google+
Arriba
 Desconectado Perfil  
 
Mostrar mensajes previos:  Ordenar por  
Nuevo tema Responder al tema  [ 1 mensaje ] 

Todos los horarios son UTC + 1 hora [ DST ]


¿Quién está conectado?

Usuarios navegando por este Foro: No hay usuarios registrados visitando el Foro y 1 invitado


No puedes abrir nuevos temas en este Foro
No puedes responder a temas en este Foro
No puedes editar tus mensajes en este Foro
No puedes borrar tus mensajes en este Foro
No puedes enviar adjuntos en este Foro

Buscar:
Saltar a:  
cron